jueves, 31 de marzo de 2011

La importancia de los sueños, y de soñar.

Al igual que cualquier otro día Marta se levantó desganada, como venía haciendo meses atrás. Tareas tan cotidianas como podrían ser leer, dormir o contemplar la misma, pero no por eso menos hermosa, puesta de sol de todas las tardes se le hacían pesadas, pesadas hasta el punto de negarse rotundamente a llevarlas a cabo y romper la costumbre, y por desgracia, no conseguir acabar, junto a ella, con la rutina. Andrey, gran amigo y mejor compañero de Marta, natural de Australia y estudiante en España durante unos 7 años, predicaba por las esquinas del impecable piso de estudiantes su gran entereza al no dejarse influcenciar por esos agobios temporales, por aquellas responsabilidades estudiantiles que su padre observaba con gran detenimiento desde la tierra de los canguros, aquí así conocida. Pero ambos sabían que eso era una calumnia, cosa que ninguno de los dos discutiría por el estrés y la carga, mayor a la de un burro, diría yo, que portaban sobre sus espaldas.
De la misma manera que la carcoma debora la madera, la rutina lo hacía con éstos dos jóvenes.

Pasaron algunos meses más, y un buen día decidieron no levantarse de la cama, y así hicieron, durante horas permanecieron callados bajo las sábanas, con el sónido de los pájaros piando desde la misma ventana de los atardeceres, como si quiesieran llamar su atención. Un día más tarde despertaron, encontrándose con magníficas criaturillas preparándoles el desayuno, y unos errantes duendecillos negros, verdes, rojos, y de todos los colores que, vagamente, se movían restregando sus telas por los suelos que parecían no haber sido limpiados en semanas.. qué digo semanas, ¡Siglos!

Marta y Andrey, al notar tan angustiosa realidad decidieron cerrar los ojos, sin mirar al suelo, tampoco al techo, y menos a la nada, pues sin la nada todo es menos.. o eso creían en ese instante de desconcierto. Decidieron mirar al reloj de la pared donde misteriosamente el minutero y con él las horas y segundos se fundían deformando y conformando una realidad que debía ser la propia, pues estaban despiertos que, a modo de aspas que creaba bucles infinitos, aunque con fin.
Un lapsus llegó a la mente de ambos en el mismo momento, alguien llama a la puerta y todo vuelve a la "normalidad" consiguiendo así encontrar nada más que su muerte en el mismo despertar que les dio la vida.

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