martes, 17 de agosto de 2010

¿Son sólo palabras?

¿Por qué nos duelen tanto las palabras? Dejamos que entren en nosotros, apenas ya hayan sido escuchadas, provengan de donde provengan, nos afectan, se clavan en nuestra cabeza como un eco, que se expande y no para de dar vueltas, que murmulla y retumba a sus anchas, hasta que cansado y victorioso se aleja, dejando tras de sí los rastros de su presencia, desmantelando el poco orden que ya había. A deshacerse con cada nueva esporádica tormenta.
Las cogemos y parece que ya no podemos soltarlas, sobre todo a las que nos hieren, a esas no nos basta con aceptarlas, tenemos que repetírnoslas hasta que nos sangran, siempre ajenas e insospechadas. Las que menos piensas son las que más te calan. 
No hay porqué defenderse contra estas estacas, la mayoría de las veces se alardea más de su dureza que de la profundidad y sentido con la que están hechas, a través de ellas conocemos a quién las expresa, si no sabe tratarlas ese es su problema. Insultos, desquites, rabias, ofensas, nuestros oídos con éstas tienen que estar llenos de cera, no han de merecer ni la más mínima respuesta. 
Porque… y si en el fondo no fuesen más que nada, impresiones, las escogemos o las ignoramos, depende de nosotros que sean invitadas bienvenidas, o huéspedes intrusos que pasean por nuestra morada y es que casi siempre parece que acaban por olvidarse, ya sean promesas irrompibles juradas con el alma, sueños soñados sedientos de un futuro que no se alcanza, ilusiones alimentadas llenas de la mejor esperanza, se quedan en humo si al final la acción no las acompaña, si todo esto sólo existe tras coartadas de palabras. 
Por eso prevalecerá un sólo abrazo con un “te deseo”,  buena compañía, de las de “¿qué tal el día?”, un compartido silencio sobre historias vacías, una simple caricia en miles de frases repetidas.

¿Sigues creyendo que son sólo palabras?

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